Como ocurre en algunas películas policíacas, cuando todas las pruebas parecían condenar al exceso de comida como el gran culpable de la epidemia de obesidad que asola las sociedades desarrolladas, surge otro protagonista al que nuevos y determinantes indicios apuntan como al verdadero culpable: el sedentarismo. Lo cierto es que, en los últimos veinte años, no comemos más, pero nos estamos moviendo menos. Mucho menos.
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